El jarrillo de cerveza brilla con unos tímidos rayos de sol de invierno en La Boca el León. En la Plaza del Altozano sonríe junto a él Julio Muñoz, que con una verborrea explosiva que engancha nos lleva capítulo a capítulo por las conspiraciones de arrabal que mueven ‘El enigma del Evangelio “Triana”, su última rancionovela. Este hombre que sigue mirando la vida con los ojos inquietos del niño desvela para nosotros esas verdades del barquero que muestra orgulloso, en cada esquina, el barrio que lo vio crecer.
“Todo lo formal que es Sevilla, una ciudad que amo pero que es muy clasista y muy ordenada, el que es de un lado no puede ser de otro… Todas esas cosas necesitan una dosis de caos que en Sevilla es Triana. Yo siempre lo digo, aquí debería haber otro huso horario, tres horas menos o tres horas más. A mi me contaron, que no se si es verdad, que en la época en la que toda la riqueza de América llegaba a la Torre del Oro, a la orilla de Sevilla pasaban la gente que tenía papeles y los ricachones, y la gente que era errante y no tenía permiso se iba a la otra orilla que era Triana. Y al final esas cosas acaban dejando un poso en el carácter de la gente”, explica entre papas aliñás con melva y ensaladilla. Aunque vivía en la calle Júpiter, en el arrabal del otro lado, San Roque, cuando sus padres se separaron siendo pequeño hizo de Rodrigo de Triana su casa. “Triana no era entonces lo que es ahora ni muchísimo menos. Por el 87 aquí había heroína a todo lo que da, quinquis a jierro… mi madre tenía un coche de estos cascarria y cada vez que lo sacaba venía un nota que sacaba cosas que había debajo del coche, como una radio que había tangado. Y mi paisaje era jeringuillas en la Plazuela de Santa Ana, pero sí es verdad que siempre ha tenido un encanto distinto. Incluso en esa época más turbia y deprimida, había algo que no había en otros lugares”, cuenta.
Triana es lo que cambia a cada momento, algo que se transpira que hace que la gente se vuelva de determinada manera, te arrope y te engañe, en el buen sentido”
Para Rancio, su alter ego, es un poco diferente. Y no es para menos. “Triana como Rancio siempre me ha provocado un poquito de respeto. Me atreví con la Semana Santa, con la Feria, el Rocío… y Triana la he dejado para el final. Yo baso lo que yo hago en que nadie se sienta ofendido porque sienta que lo está haciendo uno de los suyos. Y he necesitado encontrar el momento en el que no venga un trianero y me diga que no sé dónde está la Boca del León. Tienes que tener un punto de autoridad para poder hacer bromas. Yo me meto con las cosas que hay en mi ciudad, y creo que tenemos que hacer humor de eso, pero me partiré la cara con un nota de Santander que diga que aquí en Semana Santa somos unos flojos o con un nota de Barcelona que diga que si en Andalucía la siesta… Ahí me vas a ver el primero dándome cabezazos con el que sea. Pero entre nosotros es sano que digamos las cosas que hacemos bien y en las que nos estamos durmiendo”, dice poniéndose (solo un poco) serio. “Para mis circunstancias, Sevilla es la mejor ciudad del mundo. Porque con pocos recursos obtienes altas dosis de felicidad”, añade.
Triana es ese lugar en el que cada esquina tiene una historia, pero no la que vive en una placa, sino la que ves viviendo cada día en sus puestos y en sus calles, porque la historia en Triana vive en las personas que la habitan. “Creo que es otro clima, de verdad, creo que hay una frontera. Hay unas distancias emocionales: por ejemplo, de mi barrio a Torneo puede haber más distancia que de mi casa a Sevilla Este. Pero tu distancia emocional es lo lejos que está Sevilla Este. Pues con Triana hay una temperatura emocional diferente. Cuando vienen amigos míos de Madrid y me dicen que irán a Triana y que qué pueden ver allí, yo me encojo de hombros. El capital aquí es el carácter de la gente”, dice afirmando que “si tú aquí empiezas a pasear desde el puente, cuando llegues a Pureza seguro que te ha pasado algo”. “A Triana no se la puede definir en estático, porque Triana es muy dinámica. Tú te vienes un martes a dar un paseo por la calle Castilla y te lías seguro. Da igual que hayas estado malo o lo que sea, que hasta las seis de la mañana no te acuestas. Y a lo mejor has estado jugando al ajedrez, o ha estado un nota cantando al lado, pero no te acuestas hasta las seis. Triana es lo que cambia a cada momento, algo que se transpira que hace que la gente se vuelva de determinada manera, te arrope y te engañe, en el buen sentido”, dice.
‘El Niño Remache’ y la otra orilla
Julio bebe de la autenticidad del que, aunque ahora viva en Madrid, sigue siendo su barrio. De ese barrio en el que dice que para hacer una encuesta callejera en sus tiempos de España Directo solo bastaba con dejar el micrófono en el suelo, y se hacía sola. Es la sabiduría que dan las calles y el hablar con la gente, la manera de ver la vida que construye personajes únicos. “A mí no hay nada que me guste más que un nota que me líe, pero no solo personajes como La Pantojita o el Biri, sino notas del taco con la chaqueta de pana y la copa de balón que se ponen a reírse de ti. “Niñoo, ven p’acá, ¿tú eres el de los libritos, no?”. Y ahí me siento yo el primero, vamos. Muero ahí. Incluso en ese desprecio aparente, hay mucho encanto. Hay un amigo de mi padre, desagradable a más no poder, que cuando yo tenía un piercing en la ceja y otro en la lengua y dos pendientes en la oreja, me veía y me decía “el niño remache”. Y me los he quitado y me lo sigue llamando. Y me siento y lo invito a lo que él quiera, doy dos pasitos para atrás, escucho y apunto. Y esa sabiduría es la que hay aquí”, nos cuenta el periodista que escribe novelas que despiertan carcajadas en una semana intensiva de encierro voluntario. “Que en tu día a día haya un entorno que confabula sin saberlo para que tú estés alegre… La gente en Triana no quiere que le des dinero ni que vayas a su bar, lo que quieren es que te rías con ellos. Y eso es precioso”, cuenta de nuestro barrio.
Que en tu día a día haya un entorno que confabula sin saberlo para que tú estés alegre… La gente en Triana no quiere que le des dinero ni que vayas a su bar, lo que quieren es que te rías con ellos. Y eso es precioso»
Y Triana, que es más un personaje que un escenario, necesita de un antagonista. Y está a la otra orilla. “Es que tú si no tienes un enemigo, no tienes nada. Yo hay varias cosas que no entiendo. Una es el viento, que me lo han explicado 40 veces y yo no lo entiendo. Ya te puedes poner tú “no, es que son las moléculas…”, que yo no lo entiendo. El viento es nada que se mueve. ¿Por qué? Otra es la raza de los perros, que no las entiendo. “Esto que es marrón que tiene lunares es una hiena”. Vale. “Y esto que es casi igual pero gris es un lobo”. Vale. “Venga, pues esto es un chihuahua que mide diez centímetros y esto es un San Bernardo, que mide un metro y medio, y los dos son perros”. Illo, viernes por la tarde tiene todo el mundo, pero… Y otra cosa es el universo, porque no sé qué límites tiene, eso de que sea infinito. Necesito unos límites para entenderlo. Eso no deja de ser un enemigo. Todo para tener una identidad tiene que tener algo con lo que lo compares, y a Sevilla le viene muy bien Triana, y a Triana le viene muy bien Sevilla. Sevilla, con lo barroca y formal que es, necesita un sitio en el que liarse un martes. Y Triana tiene también la necesidad de lo apolíneo, que es demasiado de Baco. Vamos a levantarnos un día los dos a las diez, ¿no? Vamos a tener una rutina, ¿no? Para mí Sevilla es la mejor ciudad del mundo pero precisamente porque tiene el equilibrio perfecto. Y lo tienes todo a golpe de Sevici”, cuenta del tirón casi sin respirar mientras no podemos parar de reírnos.
El ‘Código Da Vinci’ rancio
Esta nueva obra comienza un poco lejos. En la capilla de Milán donde se encuentra ‘La última cena’ de Leonardo Da Vinci. Allí, un investigador descubre una figura oculta en la obra, un apóstol número 13, y empieza la aventura para descubrir quién es ese hombre misterioso y si puede haber un evangelio desaparecido escrito por él que cuente una nueva versión.
Un nota que organiza una cena con colegas y van doce, eso tenía que ser un trianero. Tú con 33 años estás casado y no quedas con nadie, eres un hurón con los niños. Eso solo pasa en Triana. Yo hace que no quedo con doce colegas que ni te digo
“Todo esto empieza porque, hablando de la Biblia, me doy cuenta de que hay cosas que están un poco cogiditas. Esto no deja de ser un relato transmitido por mucha gente que se ha ido asimilando y que ha cuadrado. Pero que haya un Dios que fecunda a una civil y sale un niño entreverao, no deja de ser también Hércules. Al final es el mismo relato, con cientos de años, y uno contándose a otro como con el teléfono escacharrado. Marcianito número uno a marcianito número dos. Pues imagínate eso cuatrocientos años. Al final hay muchas cosas que vistas desde la parte científica pues son complejas, y tienes que recurrir a un ejercicio de fe, que es maravilloso que la gente lo tenga. Pero a mí desde el punto de vista de jugar, me daba pie. Supongamos que yo estuviera majareta y me diera por decir que Jesucristo nació en Triana, y me dije ‘a ver qué encuentro’. Y me puse, me puse, me puse y mi editor me dijo que al final la gente se iba a creer que Cristo nació en la calle Pureza”, dice entusiasmado. Que si algo le sobra a Julio es el entusiasmo con el que habla de lo que hace, señal de que le encanta: “Un nota que organiza una cena con colegas y van doce, eso tenía que ser un trianero. Tú con 33 años estás casado y no quedas con nadie, eres un hurón con los niños. Eso solo pasa en Triana. Yo hace que no quedo con doce colegas que ni te digo”.
Y entonces empieza la locura. La teoría extendida de que los Reyes Magos no solo eran andaluces, sino que vinieron a Triana a adorar al niño, donde durmieron al raso –“Por mucha túnica que tú lleves, yo he estado en Belén y en esa época hace dos grados. En Belén te quedas pajarito en diciembre por mucha mirra que tú lleves”-. O que la calle Pureza puede deber su nombre a lo más puro: el nacimiento de Cristo. Todo a través de un personaje desaparecido llamado Ponce –que cuenta que cuando volvió tras la muerte de Cristo le dan un pueblo: Santiponce- y su Evangelio. “Todo esto da mucho pie a reinterpretaciones de cómo fue la historia, me metí, me leí un libro muy loco de apariciones de Iberia en las Sagradas Escrituras que es droga dura… Esto suena a que estoy pirado, pero que de verdad, que hay un documental de National Geographic que dice que la Atlántida estaba en Doñana. Que será verdad o no, pero que la Atlántida no deja de ser un trasunto del Paraíso. Además, se dice que los judíos son el pueblo elegido. ¿Hay alguien que se sienta más pueblo elegido que los trianeros? Todo eso me da un punto de credibilidad para que esto no sea una chalaúra”, explica añadiendo la condición de Sevilla como ciudad privilegiada por el Vaticano, con la catedral gótica más grande de la Cristiandad.
Las esencias del arrabal
Una Triana en la que los milagros de Cristo serían diferentes, claro: “Aparcar en la calle Betis. Más milagro que ese… Yo aparqué una vez y estuve a punto de comprarme otro coche y dejarlo ahí para contarlo”. Pero también una Triana que, como Sevilla en los otros libros, aparece con sus luces y sus sombras en esta nueva entrega. Una visión de la realidad escondida tras un velo de carcajada infinita. “Madurar te hace darte cuenta de que donde están tus demonios, están tus ángeles. Todos tenemos cosas malas, pero no nos damos cuenta que a veces romper esos defectos afecta a tus virtudes también. A Triana hay que decirle mil cosas que podría mejorar, pero lo que hay que preguntarse es: ¿Las cosas que mejorarías en Triana nos quitarían otras cosas?”, dice, avanzando que si este libro va bien se plantea sacar el propio ‘Evangelio Triana’.
Un evangelio que transcurrirá en un barrio único. “Lo que Triana no debe perder es que todo valga en Triana. Te puede pasar la cosa más marciana del mundo, que si te pasó en Triana se explica. Yo conocí un chaval que cuando se quedaba pillado y no sabía que decir, decía “frito variado”. Y te lees la biografía de Belmonte de Chaves Nogales y te das cuenta de que son los mismos majaretas que hay hoy. Las personas han cambiado pero el carácter permanece”, cuenta, poniendo como ejemplo las calesitas de San Martín de Porres: “Tiene un punto narrativo alucinante. Un nota que ha llegado aquí, ha montado eso y ha dicho: “ea, de aquí ya no me muevo”. Cuando vengo con alguien de fuera se creen que estamos esos días de verbena, pero no. Pero dime un barrio de España que tenga unos coches locos montados todo el año. ¡Ninguno! Pero aquí las cosas que parece que no tienen sentido, toman un significado”.
Y concluye con la mirada puesta más allá del puente, buscando desde el Altozano a esa hermana mayor de Giraldas y palacios moros que vigila desde la otra orilla, a pesar de todo, con un poco de envidia. “El horizonte emocional de cualquier sevillano es Triana. Aunque ni siquiera vengas para acá. La equivalencia a libertad, asueto y placer, una necesidad que existe desde los hombres primitivos, que se buscaban las papas para sacarse su ratito. ¿No vamos a necesitar nosotros Triana?”, dice como el que acaba de revelar una verdad, ciertamente irrefutable. Pues que así sea.
Texto: Miguel Pérez / Fotos y Vídeo: Gloria Martínez / Guión: Emilio Antolín