Hoy en día nadie concibe un mes de julio sin Velá de Santiago y Santa Ana, más si cabe después de haberse colocado al nivel del Corpus, de la Semana Santa y de la Feria de Abril al ser proclamada como Fiesta Mayor de Sevilla. Cita ineludible cada verano entre el 21 y el 26 de julio, trianeros y sevillanos disfrutan de una de sus festividades más antiguas y que, sin embargo, no siempre fue símbolo de alegría.
No en vano, a pesar de que sus primeros años de existencia están vinculados a una festividad religiosa con motivo del día de Santa Ana y con un ambiente eminentemente familiar, a medida que pasaron los años su popularidad llegó a ser tal que resultó desbordante. Con el auge de la celebración también llegaron la delincuencia y los problemas de diferente tipo, siendo aprovechados los momentos de jolgorio por los delincuentes para realizar cualquier tipo de crímenes y fechorías.
Hasta tal punto llegó la ofensa que a finales del siglo XVIII el coadministrador de la Diocesis de Sevilla, Gabriel Torres de Navarra, decidió prohibir la Velá de Santa Ana, una prohibición que fue refrendada por el asistente de Sevilla, lo que ahora sería el alcalde, Gines Hermosa y Espejo, el 24 de Julio de 1742.
Comenzó entonces un época oscura en la historia de la Velá de Santa Ana, iniciándose una travesía por el desierto que duró 59 años. De hecho, no fue hasta 1801 cuando se levantó la prohibición que pesaba sobre la trianera festividad en una Sevilla por entonces dirigida por Manuel Cándido Moreno Ciadoncha, cuñado de Godoy, más recordado por su mala gestión en la inundación que sufrió la ciudad en 1796 y por su pasividad ante la fiebre amarilla que dejó miles de muertos en Sevilla en 1800 que por recuperar la Velá de Santa Ana.
No obstante, a pesar de la década oscura que su mandato supuso para Sevilla (estuvo en el cargo desde 1795 a 1806), para Triana siempre será la figura que autorizó de nuevo la celebración de la Velá y terminó con casi 60 años de oscuridad en la ahora calle Betis. Sentó unos cimientos, por tanto, que duran hasta hoy en día y que solo se tambalearon una vez más a lo largo de su historia. Fue en el año 1822, cuando volvió a ser prohibida debido a unos altercados que dejaron varios muertos. La presión social, no obstante, hizo que la prohibición durase solo un año, volviéndose a celebrar en 1823 y creciendo poco a poco hasta convertirse en lo que es hoy en día.
E. Antolín