«Al Paseo Colón a la altura de la Torre del Oro», le digo al taxista nada más subirme. Miro el reloj. La madre que me parió. Yo habría dicho que el de prensa me dijo que la entrevista con el alcalde era a las 12.30, pero si es a las 12.00, toca correr. Menos mal que me ha escrito para recordármelo, o le doy plantón al alcalde. ¿Te imaginas? Con el trabajito que ha costado llegar a este momento. Seis años con Nervión y Triana al día y ahora no me presento.
El taxi va a buen ritmo, a estas horas un Miércoles de Feria la ciudad aún se está quitando las legañas antes de lanzarse de nuevo al albero. Menos mal que ayer no fui, entrevistar al alcalde con resaca es algo que no se me ocurriría en la vida. Y mira que me planteé ir un ratito y volverme pronto, pero es que eso es imposible. No sé si me entendéis. Soy fácilmente reliable y al final me veo en la caseta del Tebeo a las siete de la mañana cantando a berridos los grandes clásicos de Marc Anthony.
Me bajo del taxi y voy paseando por Marqués del Contadero. Que sí, que tiene esto menos árboles de lo que debería, pero que vaya balcón para mirar Triana. En la puerta de las oficinas de Turismo, una pareja de turistas en bicicleta está flipando tela: «Mira, que me han dado unas invitaciones para una caseta. Nos acercamos pedaleando, ¿no?». En el Mercantil no los van a dejar entrar con las mallas, pero en la de Turismo supongo que sí. La liberación del ‘dress code’.
Entro y me dicen que espere. El alcalde está en una reunión en una de las salas. Qué grande esto de Turismo y qué vacío está hasta que empiecen las cosas del Año Magallanes. Mientras espero, me asalta una duda. Abro el grupo de Whatsapp de la ‘Cúpula Directiva’, porque en este periódico seremos cuatro pero mandamos todos.
- Migue: Oye, una duda. Sé que siempre de usted, pero cuando me vaya a dirigir a él, ¿cómo lo llamo? ¿Señor Espadas? ¿Espadas? ¿Alcalde? ¿Señor Alcalde? ¿Juan?
- Gloria: Alcalde
- Migue: Vale
La de recepción me mira de reojo de vez en cuando. Intento hacerme el loco. Me saldría a fumar, pero se me ha acabado el tabaco. Y con la carrera, como para pararse en el estanco. Se abre la puerta, pasos se acercan. Veo venir a Antonio Jiménez, director-gerente de Turismo Sevilla. Maldito, por qué a él le queda tan bien el traje y yo parece que acabo de sacar la chaqueta del último cajón del ropero. Eso tiene que ser genética. Me da la mano y me avisa personalmente que está con el alcalde en una reunión, pero que en cuanto salga me atiende. Sigo esperando.
Llega el jefe de prensa y charlamos un rato. Un poco nervioso sí que estoy, no lo voy a negar. Hace seis años solo podíamos aspirar a entrevistar a los delegados de los distrito, y hoy estamos esperando a Espadas. Y no tardaron ni un día en darnos fecha para esta entrevista. Me dice el de prensa que la agenda está apretada, y que vamos a tener que hacer la entrevista ‘in itinere’. La primera parte en el coche y la segunda en una caseta de la Feria. No pasa nada, nos adaptamos.
Por fin veo a Juan Espadas salir y, tras saludarme, comienza esta entrevista-gymkhana, bastante divertida, eso sí. El alcalde anda a paso ligero. Y yo a su lado. «Es que yo no sé por qué me dicen que la Feria ahora dura 10 días. Es que si la gente va el viernes a las casetas, pues claro que dura diez días. Pero la Feria empieza la noche del sábado y el primer día de Feria es el domingo», va diciendo. Mientras subimos la rampa en espiral de Marqués del Contadero, me sorprende hablándome de Nervión al día y Triana al día. Siempre es una alegría que alguien que debe tener 100 millones de cosas en la cabeza como Juan Espadas me hable bien de lo que hemos levantado en más de seis años y quitándonos muchas horas de sueño y tiempo libre.
Arriba, espera el coche. Oscuro, no podía ser de otra forma. Espadas se sube en el coche a la velocidad del rayo. Yo, corriendo, me monto por la puerta contraria. Soy Anne Hathaway en ‘El diablo viste de Prada’ corriendo detrás de Meryl Streep. Vaya ritmo lleva el alcalde. Tengo que volver al gimnasio.
En cuanto el coche arranca, comenzamos. La entrevista es dual: temas generales y luego preguntas específicas de Nervión y Triana. Recorremos la ciudad, el móvil comienza a grabar y hablamos de las ratas, de la movilidad, de la seguridad en los barrios… El coche se detiene ante las casetas de la calle Espartero. «Tenemos un poco más de tiempo, podemos seguir», me dice. Sigo preguntando, y el alcalde contesta casi sin tomar aire. Me da números y cita leyes, y sin dudar ni un momento. Me abrumo.
Mira el reloj. La una menos cuarto. Se interrumpe a sí mismo. «Tenemos que ir a la caseta». Bajamos del coche y caminamos por el albero de nuevo a paso mudá. Los trabajadores que traen suministros a la ciudad efímera saludan al alcalde por las calles del Real, y les devuelve el saludo con naturalidad. Y supongo que se preguntan quién soy yo, que voy esquivando árboles y postes e intentando no tropezarme y convertirme en una croqueta enchaquetada. «Si quiere, puedo seguir preguntándole de camino», le digo. «No, ya estamos llegando, no nos va a dar tiempo», me contesta. Menos mal. Si tengo que ir vigilando que el móvil pille todo lo que dice, sí que como albero seguro.
Llegamos a la caseta de la Cadena Ser. Allí, el alcalde tiene que entrar en directo en el programa. Los compañeros de la radio llevan alargando el programa unos cinco minutos porque Juan Espadas no llegaba, por mi culpa básicamente. Caritas de alivio al verlo aparecer. El alcalde va directo a la mesa en la que hacen el programa, y yo me quedo en una de las mesas rojas y me presentan a Marta Carrasco, a la que me he llevado años leyendo en el área cultural de ABC de Sevilla. Dicharachera y encantadora, le cuento la entrevista por partes que estoy haciendo, y me recuerda cuando ella se pegó cinco horas con Alfonso Guerra en el coche para entrevistarlo, porque no podía parar su agenda y era la única forma de trabajar. «Ya no se hacen esas cosas, ahora es verdad que existen los autobuses y las caravanas de campaña en las que va la prensa con el candidato, pero no es lo mismo. La cercanía que daban esos momentos, lo de pasar un día acompañando al candidato a todos lados, era otra cosa», me cuenta. Qué envidia, si hubiera podido hacer eso…
El alcalde parece que termina. Se quita los cascos y se va parando con todo el mundo. Lógico. Afuera está Juan Marín, el de la Junta, porque hay recepción en la caseta de la radio. Pero la verdadera estrella es la que está entrando por la puerta. Camisa abierta y porte, raya al lado, aire torero, más moreno que el que vende los helados en Matalascañas por la playa, gafas de sol de espejo. Carlos Herrera. Se me viene a la cabeza la foto de los garbanzos que se metió entre pecho y espalda en Casa Maera hace unos días. O el plato de langostinos en Sanlúcar, o la corvina, o las tortillitas de bacalao, la ensaladilla… Vaya hambre. Yo que sé ya, que saquen una bandeja de queso por lo menos y me lo llevo puesto.
Por fin el alcalde vuelve a mi lado y nos sentamos en una de las mesas de la caseta. Retomemos. Desde fuera esto tiene que ser un cuadro. Le pregunto por el tráfico y de repente, horror. El grupo de la caseta empieza a cantar sevillanas, con sus micros y todos sus avíos. Espérate un poquito, marismeño, que me quedan tres preguntas. Ni caso. El alcalde sigue hablando, y cuando termina de contestar, suspira. «No puedo seguir», me dice y carraspea (lo que no sé es cómo ha podido empezar). Hala, se acabó la entrevista. «Si quiere, lo dejamos aquí», le digo. «No, no. Vamos fuera».
Salimos y volvemos a cruzarnos con Juan Marín, que sigue sin entrar: no sé si a este hombre le gustan mucho las sevillanas. El alcalde me lleva al lado de un poste, en plena calle. Tocan en su espalda. El alcalde se vuelve y se encuentra con una flamenca entusiasta. «Juan, ven pacá». Y pallá que va. «Una foto, hombre, con Espadas», le dice al marido o novio o lo que sea. Foto y muchas gracias salerosas y volvemos al turrón. En medio de la calle, mientras la gente se cruza y nos mira con sorpresa, termino la entrevista. Hace viento y temo que luego en la grabación no se escuche nada. Mientras me habla de la Fábrica de Artillería creo que estoy a punto de darle en un diente con el móvil, ya no puedo acercarme más. Cercano no sé si es, pero que deja que se le acerquen, desde luego. A veinte centímetros estoy de la cara del alcalde y tan normal todo.
Por fin termino con las preguntas. Sorprendente, pero no me traigo ninguna sin hacer. Se recoloca el botón de la chaqueta y me da las gracias. El jefe de prensa me pide perdón por la gymkhana, pero no pasa nada. Vuelta a mirar el reloj: salen corriendo para la caseta municipal, que hay recepción. «Vente a tomarte algo si quieres», me dicen. «No, no os preocupéis, voy de vuelta al barrio». Vuelven a decirme adiós con la mano, y me quedo solo en el albero. Pero si yo no iba a la Feria a esta hora, ¿qué hago yo aquí? ¿Qué acaba de pasar? No lo sé, pero tiene una crónica. Quizá la escriba.
Miguel Pérez Martín