Ante el interés despertado por las noticias de la llegada a España de la exposición ‘Van Gogh Alive’, este sábado decidí apuntarme con unos amigos a su primera parada en nuestro país en el Pabellón de la Navegación de Sevilla. Ojalá no me hubiera apuntado. Mejor habría hecho invirtiendo los 14 euros de la entrada (¡!) en una buena cena o en una ruta guiada por algún monumento o exposición.
Puede que esto pueda parecer una opinión sacada de contexto pero para nada lo es. Cuando pagas 14 euros por entrar en una exposición en la que, recordemos, no hay ni un cuadro de Van Gogh, lo único que esperas es que la experiencia sea algo que te cambie la vida o, al menos, enriquezca la percepción que tienes del autor. No entendí nada, ni creo que nadie al que le guste el arte salga satisfecho de allí.
No puedes cobrarle 14 euros a un visitante y que en la primera sala lo único que desees sea que se acabe ya. En esta primera estancia reciben al viajero una veintena de paneles de cartón pluma en el que se explican una serie de cuadros de Van Gogh que, por supuesto, no están allí. Podría quedar la crítica en que esta sala no es demasiado atractiva, pero es que conforme vas leyendo los paneles te encuentras que los textos en castellano son malas traducciones de las versiones en inglés. Pero malas de verdad. Hay faltas de ortografía, faltan tildes y tienen errores de puntuación. ¿Cómo se puede ser tan descuidado en la organización de una exposición que se vende a sí misma como «la experiencia multimedia más visitada del mundo»?
Más allá de esta primera sala, que de multimedia tiene lo que yo de Cristiano Ronaldo, pasamos a la segunda y más horror. Esta sala está cubierta por completo por paredes de pizarra y hay un canasto lleno de tizas de colores. Perplejo observo lo que la creatividad de los visitantes ha dejado en estas pobres pizarras que no tienen la culpa. Mensajes del tipo «Maricarmen y Pepe» con su corazón correspondiente, intentos de grafiti carentes por completo de la dignidad del arte urbano y enormes proclamas intelectuales como «AMAIA GANADORA» o «AITANA WAR». En la parte superior, donde no han alcanzado a borrar la pizarra, aparecen los restos de una bonita representación con tizas de colores de ‘La noche estrellada’. Sinceramente, después de mi paso por esta sala me paro a pensar si en realidad la exposición tiene la culpa o, visto lo visto, tenemos lo que nos merecemos.
La tercera sala no es una mala propuesta: mientras se proyectan sencillos tutoriales de dibujo en una pantalla, en la sala presiden una docena de caballetes para que el que quiera coja una lámina y pinte. El problema viene cuando en la muestra hay en ese momento unas 150 personas (desconozco el número exacto) y los caballetes son, claramente, insuficientes.
Y llegamos a la sala que se supone que justifica todo esto. La sala de las proyecciones en suelo y paredes de los cuadros del pintor. La que nos va a hacer entrar en el Nirvana artístico, la locura máxima. El problema es que en todas las pantallas se proyecta el mismo cuadro al mismo tiempo. Esperaba algo más conceptual o que, como vendían, haga que esta experiencia sea reveladora y me enseñe a Van Gogh como un pintor completamente nuevo. Bien por los pufs en el suelo, porque teniendo en cuenta que aquí tampoco nadie te explica nada ni hay una voz en off, a menos que quieras echarte una siesta o pensar en el devenir de los tiempos, poco justifica permanecer en esta sala más de 10 minutos. Eso sí, hay que agradecer la buena selección musical que suena en esta estancia, con obras clásicas de autores como Satie o Gounod. Algo es algo.
Al salir de esta estancia, descubro decepcionado que esto es todo, amigos. Y aquí está la versión real de la habitación de Van Gogh, que él mismo inmortalizó, hecha realidad. Y vallada por un cordón no vaya a ser que lo único divertido que podías hacer aquí, que era ponerte en el interior de la habitación y hacerte una foto, te deje un mínimo regusto agradable de la visita. En mi grupo, que abarca desde los 16 a los 31 años, nadie sale satisfecho de esta «experiencia multimedia más visitada del mundo». Y las visitas de este sábado están llenas desde la apertura al cierre, como seguro lo estén en los próximos días. Es que afuera hasta costaba encontrar aparcamiento. Me gusta la tecnología al servicio del arte, me gustan las experiencias inmersivas y las formas del arte contemporáneo en todas sus formas, pero si tienen algún propósito intelectual o nos llevan a alguna parte.
Lo único que puedo decirles es que no entiendo nada. Si hace falta que nos pongan cuadros en pantallas para llenar una exposición, es que el mundo se ha vuelto completamente loco. Y que si Van Gogh levantara la cabeza y viera en el circo sin sentido en el que han convertido su legado, se arrancaba los ojos como se cortó la oreja y cerraba el ataúd por dentro hasta más ver.
Por favor, visitas llenas para esto a 14 euros. Cuando nos hemos llevado años quejándonos de los retrasos del Museo de la Cerámica de Triana y luego la mayoría ni lo ha pisado para conocer su maravillosa colección. Cuando tenemos un Año Murillo con dos exposiciones de alcance internacional y cuadros de verdad, y la entrada al Museo es gratis SIEMPRE y vamos más a ver el mercadillo de la plaza que a ver los cuadros que hay dentro. Cuando tenemos tantos edificios históricos que no hay quien los mantenga y un museo arqueológico al que ojalá le hicieran tanto caso como a las palomas que comen en su puerta. Si hace falta que le pongamos el ‘Alive’ a las cosas y llenar una habitación de pantallas para ir a los sitios, maldito problema el nuestro. Mientras, las obras maestras seguirán ahí aguantando el peso de la Historia, esperando a que la siguiente generación sepa valorarlas como es debido.
Miguel Pérez