La perdí. Como se pierde el aliento en cada bocanada. La perdí entre sábanas y sueros, entre lamentos y suspiros. Ya al final la perdí agarradita de la mano de Morfeo, y aunque eso es un consuelo, me resisto a conservar esa imagen como su último recuerdo.
La prefiero en su sombrilla, tostándose bajo el sol sanluqueño; o en la Ibense, tras la cual nos montábamos en el trenecito. Quiero recordarla entre fogones, donde no le sobraba empuje para que los suyos disfrutaran de la comida de un rey. Y quiero grabar a fuego su mirada y su sonrisa socarrona, que ella era mujer de picardía y fanfarria.
Para mí se quedarán las mañanas de paseo, a ver los trenes, y las tardes tras el cole, cuando no faltaba el pepito con chocolate y la bolsa de Pelotazos. O cómo me embelesaba la luz que le regaba la cara a través de la ventana frente a la que se ponía a coser.
Se ha marchado sin cumplir su anhelo, regresar a la Triana que la vio nacer a ella y a sus hijos, donde encaró las miserias de otra época pero también la felicidad en estado puro, y de la que ahora decía no reconocer a la que en su día sus ojos contemplaron.
El tiempo de gozarla entre nosotros se ha consumido. 10 años ha aguantado su Manolo con los brazos abiertos para recibirla en el balcón de Dios, que debe ser como el que tenían en la calle Pureza, y no ha pasado ni un día en que María no lo reviviera en sueños. Y junto a él su «hermana» Rocío y su «hijo» Antonio, que nos dejaron mucho antes de lo que habríamos querido.
Descansa, abuela, que tu lucha ha sido épica, y como muchas veces has dicho «esta familia tiene dos cojones para salir adelante». Hoy Triana pierde una hija y gana una estrella en su cielo.
Carlos Jordán