Era 13 de marzo cuando en una madrugada recién nacida Fran, nuestro informático, le daba al botón de ‘publicar’. Aquella noche, en un íntimo apartamento de un corral de vecinos de la calle Alfarería veían por primera vez la luz de la luna Triana al día y Nervión al día. Hoy, cinco años después, podemos decir que hemos sobrevivido y nos quedan muchas ganas de seguir haciendo periodismo de barrio.
Lo cierto es que la historia comenzó mucho antes, como las grandes cosas en esta ciudad, en la mesa de un bar. Allí, entre botellines y en el terreno neutral de la Alameda, nacía aquella idea de hacer un periodismo pegado a la calle, pegado a los rincones de nuestro barrio y con el rostro de los vecinos que poblaban nuestras panaderías y paradas de autobús.
Emilio, Gloria y yo no pasábamos por nuestro mejor momento. Vivíamos la crueldad desalentadora de un panorama periodístico al que la crisis había devastado. Supongo que como tantos otros. No se hacía ni un contrato, los ERE empezaban a cernir su sombra fría sobre las redacciones y los medios se apagaban, condenados al silencio, ellos que a tantos habían dado voz. Y allí, en la alegría de la cerveza que hace olvidar que la vida a veces no es como esperamos, encontramos el término “hiperlocal” en la conversación.
Dos periódicos de nuestros barrios… ¡qué locura! Y qué realidad fue al día siguiente, cuando al levantarnos con la cabeza despejada y las legañas aún remolonas, nos escribimos para decirnos que aquello podía ser real. Y tanto que lo fue. Un 13 de marzo aquellos dos portales por fin se mostraban tras el telón de nervios del luminoso ‘página en construcción’ de nuestra nueva obra. Y poco a poco fue creciendo la familia, y Laura, Sito, Cano, Sonia y tantos otros decidieron subirse a este barco a hacer buena parte de este viaje tempestuoso que siempre acaba alcanzando la orilla del Guadalquivir. Sin esta tripulación, no estaríamos aquí.
Hemos vencido a nuestro propio exilio en Dublín, Madrid y París en busca de una vida mejor, y hemos vuelto, con las mismas ganas de soñar y de enfrentarnos al día a día a dentelladas. Los kilómetros y los horarios no pudieron con nosotros. Menudos somos montando el fortín a este lado del puente –de Triana o de San Bernardo-, para que el desánimo y los rencores no hagan daño. Nunca en la vida quisimos hacer eso tan presuntuoso de “refundar el periodismo”, ni venir a decirle a los demás lo que hacían bien o mal, ni a servir a nuestras distintas posturas políticas o religiosas. Lo siento por aquellos que esperaron eso de nosotros. Vinimos a hacer barrio, a abrazar las calles que tanto nos habían dado, y a devolverles el cariño.
Vinimos a hacer consejos de redacción en el desaparecido Faro del Altozano y en Las Palmas de San Francisco Javier, en el tronío de La Grande de López de Gomara y en la internacionalización del O’Neill’s de Viapol. Vinimos a vivir nuestros barrios y a hablar con su gente, a contarlos con el mimo que cuenta un padre un cuento al niño que busca el sueño en la noche de tormenta. Vinimos a sobrevivir buscándonos las papas en algo que empezó siendo nuestro y acabó siendo de todos vosotros.
Hoy, que cumplimos cinco años con estas dos cabeceras que nos han acompañado en nuestro crecimiento personal –ya superamos todos los 30-, solo podemos daros las gracias por todo. Las gracias por la confianza y la desconfianza, por las enhorabuenas y los palos, por hacer que nos enamoremos más y más de nuestros barrios, de su gente y de su historia. Que no os engañen, que no hay periódico ni barrio pequeño. Solo falta de miras y un poco de soberbia.
Se supone que los periodistas nunca debemos ser noticia. Pero que un medio nacido de la nada y sin padrinos cumpla cinco años en los tiempos que vivimos, bien merece unas líneas. Y parafraseando a Penélope al recoger su Oscar, todos los compañeros que estén compartiendo esto con nosotros y sientan que este logro también es suyo… os lo dedicamos.
Miguel Pérez Martín