Guillermo Mínguez: Un Trianero del Año de Química y Excelencia

guillermo minguez

La discreta calle Luz Arriero, en los aledaños de la calle Febo, vio crecer a Guillermo Mínguez Espallargas. Desde allí, vio partir a este chico de Triana rumbo al Reino Unido, y luego hacer las maletas para trabajar en Valencia, donde hoy realiza su investigación y ha formado una familia. Triana le dio su forma de ser, sus recuerdos y su primer empujón hacia la Química. Esta semana, será reconocido en el arrabal como Trianero del Año dentro de los galardones de la Velá de Santa Ana.

Hijo de maestros, la casa de su familia sigue estando en la calle donde vivió y sus estudios los realizó principalmente en el arrabal. Hasta sexto de Primaria estuvo en el Elena Canel -actual Colegio Alfares en Juan Díaz de Solís-, y a partir de ese curso, prosiguió sus estudios en el José María del Campo de la calle Pagés del Corro. «Luego mi instituto fue el de Pino Montano, donde daba clase mi madre. Allí tuve la suerte de tener en COU como profesor a Antonio Vargas, profesor de Química que ha vivido siempre en la calle Castilla. Sus clases eran maravillosas y siempre le estaré muy agradecido, fue el origen de todo», dice Mínguez, cuyos abuelos también eran químicos, por lo que asume que esta pasión en cierto modo «ya la llevaba en la sangre».

A sus 36 años, este investigador residente en Valencia recuerda cuando un año de Erasmus en Reino Unido le cambió las miras. Tras ese curso, volvió hasta allí para hacer el doctorado en Sheffield y luego pasar a Valencia. En las últimas semanas, ha recibido ex aequo el prestigioso Premio Princesa de Girona. «Ese premio me ha permitido la divulgación y que la gente vea lo que se hace en ciencia», explica el investigador. «Un ejemplo de lo que vivimos hoy en día es la llamada ‘quimiofobia’, que hoy todo quiere ser ‘libre de químicos’. Pero es que somos química y, gracias a ella, se puede potabilizar el agua, se hacen las cremas solares y las vacunas, la anestesia y muchos de de los materiales que vestimos», cuenta Mínguez, que también resalta la facultad sevillana de Química en la que hizo la carrera: «La facultad de la Universidad de Sevilla es muy buena, la formación que he recibido fue allí y les estoy muy agradecido. Hay químicos excepcionales en la facultad y creo que el hecho de que el número de estudiantes de esta carrera no sea muy abultado se debe a que estas cosas se mueven por modas, como pasa con determinados deportes en principio minoritarios que de repente empieza a practicar todo el mundo».

Recoger agua en el desierto y frenar la contaminación

A priori el trabajo que realiza Guillermo puede sonar incomprensible: «concepción y síntesis de nuevos materiales cristalinos porosos». Pero nos explica que se pueden considerar como «andamios moleculares» que tienen mucho espacio en sus numerosos poros. Por ejemplo, al desplegar uno de estos materiales, solo media cucharilla de café, podríamos cubrir un campo de fútbol. «Las aplicaciones son muy diversas. Si tienes una botella vacía, la puedes llenar de gas, pero si recubres el interior de la botella con este material, puedes meter hasta tres veces más que si estuviera vacía. Si quisiéramos usar gas natural como combustible en el coche, en el depósito tendríamos tres veces más capacidad rellenándolo con este material», explica.

Son los llamados MOF, que tienen una parte metálica y otra orgánica, y que exteriormente tienen un aspecto parecido al azúcar, y sus aplicaciones son muchas más de las que pueda parecer, y cambiarían nuestra vida diaria. Por ejemplo, si se pone en las chimeneas de las industrias, este material absorbería el CO2, dejando pasar al aire solo los materiales inocuos. Igual pasaría en los tubos de escape de los vehículos diésel que contaminan las ciudades. Al quemar el diésel, se forma el óxido nitroso. «Poniendo estos materiales en el tubo de escape, no solo lo atrapamos, sino que podemos transformarlo en dióxido y oxígeno», explica el científico.

Y va más allá, estos materiales también tienen vida en la biomedicina. «Alojamos las moléculas de los fármacos en los poros de este material. Por ejemplo, cuando tomamos un ibuprofeno recibimos en el cuerpo una concentración muy alta. Este material puede servir de alojamiento para el fármaco y no se produce un chute, sino una liberación controlada. Eso mismo se puede hacer con los anticancerígenos o los retrovirales», explica.

Y en las zonas áridas del planeta, ya se están haciendo estudios con estos materiales, que pueden servir para captar agua como si fueran esponjas. «Si los pones en el desierto por la noche, captan agua de la humedad nocturna. Y al calentarse con el sol del día, se puede liberar ese agua y, con un diseño de ingeniería, recogerla», cuenta Mínguez.

Una familia enamorada de Triana

En estos días, Mínguez llegará a Sevilla de nuevo para ver las calles de su barrio, pasar tiempo con la familia y subirse al escenario de la Velá de Santa Ana para recoger el reconocimiento de sus vecinos. Y traerá a su familia valenciana hasta el arrabal, a la que les ha inculcado el amor por esta orilla del río. «Cuando vengo a Triana, disfruto el barrio mucho. Me encanta pasear por la calle Betis. Mi mujer, que es de Valencia, está enamorada del barrio, y mi niño de dos añitos ya reconoce el Puente de Triana», cuenta.

En estos días, volverá a las callecitas del arrabal, por las que le gusta perderse, porque es algo que le llena. «Lo mejor es ver el ambiente, lo que se vive paseando por la calle. Es un barrio único, y siempre le digo a mis amigos de fuera que a Triana tienen que ir a perderse, a lo que encuentren detrás de cada esquina», explica este químico. El sábado, él se reencontrará con su barrio en una tarde de emociones y pregón. Y el puente y la ribera volverán a engalanarse para compartir con él la alegría de ser trianero.

Miguel Pérez Martín

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