Hoy es un día grande para nuestra ciudad y en especial para el barrio de Triana, porque conmemoramos a dos célebres hermanas originarias de nuestra tierra, protectoras y santas patronas de Sevilla y de los gremios de alfareros y cacharreros. Por su especial ligación a la orilla trianera, a sus vecinos y por ser las representantes de la ciudad en un plano divino, vamos ha indagar en la vida de estas dos mujeres tan veneradas en Sevilla, en la historia de las Santas Justa y Rufina.
A mediados del siglo III, bajo el dominio romano, nacieron en la antigua Hispalis dos hermanas carnales, diferenciadas por dos años de edad, Justa nació en el año 268 y Rufina en el 270. Se criaron en el seno de una familia de cristianos clandestinos, de firmes tradiciones y dedicados al oficio de la alfarería que, lejos de acobardarse ante la persecución de los que profesaban la religión cristiana, dedicaban su tiempo ayudando al prójimo y difundiendo la palabra del Evangelio.
A pesar de la sencillez en la que vivían, sus padres pusieron especial interés en la buena educación de sus hijas, poniéndolas al cuidado de los mejores maestros. Tras la temprana muerte de sus padres, las hermanas quedaron huérfanas muy jóvenes y tuvieron que seguir con el oficio de la familia para ganarse la vida. La leyenda, aunque dudosa, cuenta que eran vecinas de Triana y que con sus propios ahorros montaron un negocio de alfarería en la Puerta de Triana.
Por aquel tiempo, era costumbre celebrar una vez al año una fiesta pagana en honor a Salambona, adveración de la diosa Venus, rememorando el fallecimiento de su amado Adonis. Para ello, las mujeres recorrían las calles pidiendo limosnas y cargando la figura de Venus en sus hombros. Cuenta el relato de un manuscrito del siglo V que al llegar a la casa de Justa y Rufina solicitaron el dinero correspondiente y exigieron la adoración al ídolo, pero ambas jóvenes se negaron a pagar por ser un fin contrario a su fe e hicieron pedazos la figura de la diosa, ofrenda que provocó la cólera general de los romanos paganos.
El prefecto de Hispalis, Diogeniano, mandó inmediatamente encarcelarlas, instándolas a abandonar el dogma cristiano sino querían ser presas del martirio. Fieles a sus creencias, a pesar de las amenazas, se negaron al paganismo sufriendo como consecuencia el tormento del potro, entre otras torturas. Diogeniano esperaba que este sufrimiento fuera suficiente para que ambas hermanas renunciaran a su fe pero, más fuertes que nunca, Justa y Rufina aguantaron todos los tormentos, por lo que fueron encerradas en una fría, húmeda y tenebrosa cárcel donde sufrieron las penalidades del hambre y la sed.
Las Santas se opusieron con valor a la petición del Prefecto, afirmando que únicamente adoraban a Jesucristo. Asombrosamente superaron la condena, lo que enfadó aún más a los paganos, motivo por el cual volvieron a castigarlas, esta vez obligándolas a caminar descalzas hasta Sierra Morena. De nuevo sobrevivieron estoicamente a la pena, por lo que tomaron medidas encarcelándolas hasta el fin de sus días.
La mayor de las hermanas, Justa, fue la primera en fallecer y Diogeniano pensó que sería motivo suficiente para doblegar a Rufina. Pero tuvo el efecto contrario y la joven se reafirmó en sus convicciones, siendo entonces sentenciada a muerte de una forma cruel y violenta, llevándola hasta el anfiteatro para que fuese presa del león públicamente. Pero, para sorpresa de todos los espectadores que no quisieron perderse el espectáculo, la fiera se acercó a ella y, como si se tratase de un animal de compañía, sólo movió la cola y lamió sus vestiduras. Ante la increíble escena, el Prefecto, desconcertado y poseído por la rabia, la mandó degollar y quemar su cuerpo, acabando así con la vida de la menor de las hermanas.
En el año 287, el obispo Sabino recogió las cenizas de Rufina y las enterró junto a los restos de Justa, que habían sido extraídos de un pozo. Desde entonces, su fe alcanzo fama mundial, siendo canonizadas por tan cristiana acción y nombradas patronas de Sevilla y del gremio de los alfareros. Pero, aunque otras localidades españolas, como Orihuela o Payo de Ojeda, también las tienen como patronas, es en la capital hispalense donde las veneran de una manera especial. En Sevilla es el día 17 de julio cuando se celebra su festividad, aunque en otras provincias sea el 19 del mismo mes.
Durante la llegada de los musulmanes en el año 711 se escondieron sus restos para evitar su profanación y dispersión. Durante mucho tiempo se perdió la pista de los mismos, hasta que en el siglo pasado fueron descubiertas algunas reliquias de las Santas en Alcalá de Gazuales (Cádiz), por lo que se recuperaron para su veneración, al igual que en Maluenda (Zaragoza) se conservan algunos huesos para su culto y devoción.
La tradición las señala como protectoras de la Giralda y la Catedral, insignias de Sevilla, considerando que por su mediación no cayeron tras el terremoto de 1504. De este modo, la iconografía las suele representadas sosteniendo a la Giralda, portando palmas como símbolo del martirio que padecieron y con diferentes objetos de barro y cerámica alusivos a su profesión de alfareras, arte y oficio trianero que llevan por bandera.
S.S.