¿Por qué Cachorro de Triana? Esa pregunta me hice cuando era niño y mi abuela me dijo: “Pues en ese momento mis hijos querían salir de nazareno en las hermandades que residen en el barrio, como la Sed y San Bernardo”. Pero ella dijo que no, que ella sentía especial devoción por el Cachorro y así en 1973 –año en el que el crucificado sufrió un grave incendio en la capilla- los hizo hermanos y ahí empezó la tradición, y como decía Manolo Santiago: “Que la tradición del costalero perdure en el tiempo”, pues esperemos que siga siendo así en la familia con mi querida hermandad.
Para mí la Cuaresma, como para todo cofrade, es una cuenta atrás. Es una cuenta atrás cargada de momentos, iguales o más bonitos que los vividos en Semana Santa, en el que aprecias de cerca a cada imagen y te entra, como digo yo, el veneno en el cuerpo viendo que todo está casi preparando y la gloria está a punto de estallar en emociones y momentos cargados de fe y sentimientos y… muchas cosas más que no tendría páginas para expresar en este artículo. Besamanos, besapiés, montaje de pasos, últimos ensayos, horas y horas de priostía para que las hermandades salgan de punta en blanco en la semana grande, muchos momentos que pasan volando hasta que llega la amada y esperada Semana Santa. Cuando llega el momento piensas, como buen ‘jartible’, esto ni ha empezado y ya se ha acabado.
El sol pega en tu mejor traje y corbata, huele a azahar en cada rincón de tu barrio y se escucha el gentío en los bares y de vez en cuando ves a algún nazareno con su respectiva túnica de color blanco, blanco que simboliza la alegría, pureza, tiempo de júbilo y la paz. En ese momento es cuando empieza la Gloria.
Además de acólito de la Hermandad de los Javieres, el Viernes Santo para mí es un día especial, es el día en el que salgo entre mi Cachorro -Cristo de la Expiración- y mi Señorita de Triana –Virgen del Patrocinio- portando mi cruz al hombro, como lo hizo él por nosotros. ¿Por qué penitente? Pues además de ser una estación de penitencia diferente y más sacrificada, no tiene precio en sufrimiento ir once horas detrás de tu Cristo en tu estación de penitencia, para mí es como un gran momento de oración y adoración hacia el Señor de la calle Castilla; aunque todos los domingos esté en el altar en cualquier iglesia, parroquia o basílica sevillana, para mí es un día en el que le miras y hablas con él, como cuando le dices a un amigo que te acompañe a tal sitio y habláis de vuestras cosas, pues siento que él quiere que lo acompañe a la Catedral.
Y qué momento más bonito para compartir con el que en las calles de tu Sevilla, calles donde no ves mas allá de personas agolpadas esperando su llegada confrontando un paralelismo como cuando hace siglos, Cristo llegó a Jerusalén. Aunque en mi caso al ir atrás, veo las caras de las personas que han visto su imagen en la cruz, caras llenas de sentimientos, de piropos con los que se me olvida el madero que porto en mi hombro. Son sensaciones tan profundas que con más palabras que redacte no puedo explicar.
Ignacio Rodríguez García es penitente de la Hermandad del Cachorro