Las almas infieles que para siempre quedaron a orillas del Guadalquivir

Callejón de la InquisiciónSe dice que hay un callejón en Triana, un pequeño y encantador pasaje que acerca la calle Castilla al Paseo de la O y con él el río Guadalquivir, en el que aún se pueden oír los gritos de dolor y los gemidos de los moribundos que pasaban a mejor vida ‘por el bien de la fe católica’, único recuerdo de una época negra en nuestro barrio.

De historias está llena Triana y echando la mirada atrás, muy atrás, se puede comprobar que Sevilla fue la capital espiritual de la Santa Inquisición en España, estableciéndose en el año 1480. En primer lugar se instaló en lo que es la actual Iglesia de la Magdalena, siendo la sede establecida por los dominicos Fray Miguel de Morillo y Fray Juan de San Martín, pero pronto comenzaron los problemas de espacio debido al alto número de presos y presuntos herejes o infieles.

Fue necesario, por tanto, un nuevo lugar, y se pensó en el margen del Guadalquivir. Así fue como se dio un nuevo uso a una antigua fortificación de origen árabe, el Castillo de San Jorge, junto al arrabal de Triana, instalándose en él una cárcel malsana. De hecho, existían 26 cárceles secretas dentro del castillo, las cuales eran calificadas por el mismísimo Santo como «antros de horror, hediondez y soledad».

Ya dentro del siglo XVI, constan hasta 17 Autos de Fe en Sevilla. En el año 1520 el número de condenados superó los 30.000, recibiendo todo tipo de castigos. Ejemplos de ellos son la Garrucha, que consistía en sujetar a la víctima los brazos detrás de la espalda, alzándole desde el suelo con una soga atada a las muñecas, mientras de los pies pendían pesas; o la Pera, objeto metálico con forma de la fruta cuyo nombre lleva y que era introducido en la vagina, ano o boca de la víctima. Una vez en el interior, se abría, produciendo numerosos desgarros.

SanJorgeTal dureza se empleaba en la Inquisición sevillana que el Papa Sixto IV dijo sobre ella que procedía «sin observar ningún orden de derecho»: «Encarcelan a muchos injustamente, les someten a duros tormentos, les declaran herejes y expolian los bienes de los que han matado». Eso sí, para acabar con sus sufrimientos, los condenados eran trasladados hasta el quemadero de San Diego, en los terrenos de la actual Tablada, donde eran purificados por la hoguera.

Entre tanta barbaridad, destaca una de las víctimas más famosas del Santo Oficio, el escultor florentino afincado en Sevilla Pietro Torrigiano. En 1522 fue acusado de sacrílego por haber destruido una imagen que él mismo había realizado por encargo del duque de Arcos, al considerar que no había sido suficientemente retribuido. Murió en la cárcel trianera de inanición, tras negarse a comer durante su cautiverio… ¿O quizás no fue él? Esa es otra historia que os acercaremos más adelante.

Volviendo a lo que nos atañe, el juicio de valor, el abuso de poder, la represión, el totalitarismo y la indefensión de las víctimas se sucedieron a lo largo de los años en Triana. Por el castillo pasaban nuevos Inquisidores Generales con nuevos preceptos a seguir y así se sucedieron hasta Fernando Niño de Guevara, el último gran Inquisidor que conoció Sevilla, y Triana.

Fernando Niño de GuevaraDurante su cargo mando ejecutar a más de 2.000 personas, teniendo que renunciar al mismo por orden del Rey en 1602. A pesar de ello, hasta 1785 la Inquisición no abandonó el Castillo de San Jorge -aunque el mal estado de las instalaciones por culpa de las riadas obligó su desalojo varios años de modo temporal-, dejando tras de sí una historia de terror en unas instalaciones que, orientadas al Altozano, a la calle San Jorge y a la calle Castilla, desde ese día forman parte de la historia de Triana.

A. Copete/E. Antolín

publicidad

Compartir:

Otras noticias

Comer en Triana