
Más Madera es un lugar en el que sentirse como en casa. En una de las plazas por las que no pasa el tiempo el tapeo entre amigos se pasa volando.
Tiene la Plaza Anita ese aire de barrio antiguo y tranquilo, ese aroma de lugar no colonizado por las prisas de la rutina del siglo XXI. En ella, bajo el sol que juega al escondite entre los naranjos se encuentra Más Madera. Sin relación alguna con la mítica Casa Maera que está en el podio de los potajes trianeros, este bar llevado por un grupo de mujeres de nervio y talento es un oasis para aquellos que busquen una cocina de siempre con un toque actual pero lejos de lo pretencioso.
Conseguimos una mesa al sol en esta primavera invernal que nos ha traído la Navidad. La carta escrita a mano de Más Madera nos indica que esto es un bar de ambiente familiar, que no significa nada malo. Empezamos con el frescor del aliño y el salazón. Por un lado, un buen plato de mojama con almendras fritas, con su chorrito de aceite que rezas que no vaya a parar a tu vaquero cuando te pueda el ansia. Almendras crujientes y en su punto de sal y mojama recién cortada. A su lado, pedimos un aliño clásico de tomate con melva. Cortado sin pensar en la simetría enfermiza, sino en trozos generosos regados con buen aceite y coronados con trozos enteros de melva en conserva con un toque casi tostado.

Para continuar, se nos antojan las lagrimitas de pollo a los cítricos con mayonesa de naranja. Si hay algo que me dé rabia es cuando se aliña el pollo y solo sabe a limón, pero aquí nada de eso. El pollo tiene un aliño muy ligero y dentro de una coraza de empanado crujiente se esconde un pollo jugoso -a veces es difícil encontrar una lagrimita que no sea un asteroide de seca-. Y la mayonesa de naranja es una salsa que creo que se convierte en una de mis favoritas, dulce pero sin llegar a ser un postre. También son una sorpresa los rollitos de pato Pekín con verduritas. Son pequeños, nada de exceso de mesa y bien rellenos, como una versión delicada de los rollitos de primavera que suponen un buen bocado.

Pero sin duda la estrella del día es la tosta de salmorejo de tomate seco con sardinas anchoadas: una lámina de pan muy crujiente con una sardina marinada con sabor a verano y un salmorejo que aquí son unas pequeñas gotas pero que se convierte en una explosión de sabor cuando contacta con el paladar. Por cierto, algo que se agradece es que tengan en cuenta que somos cinco, y en algunas raciones que vienen cuatro porciones, nos pongan una más para que probemos todos -en lo único que no sucede es en los rollitos-.

Como no podemos parar de pedir, porque todo lo que comen las otras mesas tiene buena pinta, nos lanzamos a pedir dos raciones para cerrar. Por un lado, el solomillo a la mostaza antigua. Con sus patatas caseras y crujientes y una salsa no demasiado espesa que baña la carne. Muy rico. Y un clásico para poner el broche: croquetas. Las pedimos de dos tipos para probar, y son de las que deberían traer el aviso de que pueden atacarte, porque el interior tras la capa crujiente está tan líquido que se derrama por los dedos. Muy cremosas en su versión de jamón y delicadas en su faceta de relleno de espinacas.
Lo cierto es que nos quedamos con ganas de probar las croquetas de pisto con jalapeños o la parmesana de berenjenas, que nos está tentando desde la mesa de al lado. Pero ya estamos que reventamos, y seguro que volvemos. Al final, con varias rondas de cerveza nos sale a unos 16 euros por cabeza después de un buen atracón. Nada mal. Un sitio privilegiado para hacer que se pare el tiempo y olvidarnos de los problemas en el corazón del Barrio León.