El patio del Hotel Triana es un Maestranza como solo podía tenerlo la Velá: a cielo abierto. Son casi las diez de la noche y el sol se va bostezando a esa cama de sábanas naranjas que tiene tras la espadaña de la Basílica del Cachorro. En el escenario la tonadilla y la copla son el preludio entre mantones de lunares de esta primera noche de Velá.
«¡Ha venido Curro!», es una de las exclamaciones que se escuchan en un patio de butacas de madera que sabe que el maestro no se prodiga desde hace tiempo en público. El Faraón de Camas recibe esta noche su título de Trianero Adoptivo, que si algo sabe el arrabal es amadrinar toreros. Como hizo con Juan Belmonte, el niño de la calle Feria que se saltaba por las noches las tapias del matadero de la Puerta de la Carne para darle un par de capotazos que apuntaban maneras a las reses que aguardaban en el patíbulo. Y que ahora enmarca en sus entrañas la Giralda desde el Altozano.
En el patio no cabe un alfiler. Jorge Cadaval enlaza una foto con otra ante las peticiones de las vecinas, que tienen en el desparpajo de Los Morancos el bálsamo para los días cuesta arriba. La nueva delegada, Encarnación Aguilar, tiene esta noche su primer reto trianero. El gentío la observa con lupa en su presentación del pregonero. Se le ve algo nerviosa presentando a Carlos Valera, el hombre que se recorrió las callejuelas y los corrales de Triana para descubrir a los trianeros que levantaron el arrabal y contar su historia.
El macareno en el fortín de la Esperanza de Pureza. Que hablen lo que quieran los necios que dicen que entre el Arco y el Altozano solo hay rencor. Valera tiene el antídoto con un pregón entregado a un hijo de la calle Feria. Un pregón que arrancó como un huracán, como un misterio con el izquierdo por delante venido del Barrio León. Triana, Triana y Triana. La palabra parece que se gasta, pero no. La repite Valera continuamente ante un auditorio entregado al que le importa un pimiento dónde nazca el trianero, que para serlo solo hay que querer al arrabal como se quiere a un amor de verano: sin atender a la razón.
El verso fluye y los acordes de la guitarra dan una eterna entrada que no acaba. Si algo se puede achacar al pregón es que quizá, al ser íntegro en verso, pueda ser un poco largo. Pero cuando el cansancio está a punto de llamar a los párpados de alguno entre el público, la exaltación llega a su fin. Y comienza la soleá. «No sé si Carlos se habrá dejado algo», dice como chascarrillo el cantaor sobre el pregonero mientras el tintineo de botellines en el ambigú viste de campanillas el fondo del patio. Entre las sillas de las primeras filas, las Montoya -que luego recibirán sus premios- ven pasar a Alba Molina con la imponente presencia de la herencia racial de los grandes, los que desdibujaron sus apellidos porque no los necesitaron nunca, Lole y Manuel.
Tras la soleá, ajetreo como de cofradía que tras reunirse en cabildo decide que sale porque no va a llover. Todos arriba, que hay que reconocer a los hijos ilustres del arrabal. Muchas son caras conocidas, pero otras un poco menos. Los fotógrafos de los diarios locales se vuelven locos con Curro Romero. Y entonces se recitan los méritos de Pedro Jordano, el hombre que se desvela por el paraíso de Doñana, y a unas mujeres se les ponen los ojos como platos. «¿Pero cuántas cosas ha hecho este hombre? ¡Qué barbaridad!». Y tras las ‘Nanas de Santa Ana’ por el coro de la parroquia, regalo y broche perfecto, aplausos y foto de familia.
Carrerita para darle al botón
Y carrerón municipal para la Velá. Que como cada año, se llega con la lengua fuera al ‘alumbrao’. Los farolillos se encienden entre las farolas del puente y el río les devuelve el reflejo. En las casetas, la edad media de los asistentes es bastante baja. Mucho joven que abarrota, como siempre, la zona de las casetas de los partidos políticos. Mucho más en calma el ambiente conforme te diriges a Plaza de Cuba. La delegada se pasea tranquila entre el gentío, mirando su primera Velá en el cargo. Los fotógrafos del patio del Hotel Triana, nosotros incluidos, festejamos cerveza en mano que hemos sobrevivido a la primera noche. Ahora solo queda el disfrute.
Alguna foto más al horizonte entre las casetas, que la Giralda tiene cara de morirse de envidia desde la otra orilla. Sus luces se apagan, como las de la Torre del Oro, y mientras Sevilla duerme, Triana sigue festejando. Mañana el bullicio será atronador, este es solo el preludio. Un policía nos dice que este año se corta a las tres de la mañana, que no es poco. Marchamos. Atrás se queda esta «feria de verano» en la que las casetas no tienen valla y les falta una pared. Donde se puede entrar en pantalón corto a cualquiera de ellas y el bolsillo no sangra después de pedir un par de montaditos. La fiesta más abierta, porque así es el arrabal, que hasta es capaz de poner a un macareno en el atril a recitarle poemas a la Señá Santa Ana.
Miguel Pérez Martín / Fotos y vídeo: Gloria Martínez