Recordando los cantes de Triana

DSC_0140Al pasar por la calle Castilla, a la altura del Callejón de la Inquisición, se levanta un monumento de un niño con el horno puesto, sobre una cúspide de azulejos de colores que se remata con frases típicas del cancionero trianero. Caracterizado por su sencillez y modernidad, muchos no lo sabrán, pero este monumento ensalza lo mejor de un barrio, su tradicional dedicación a la alfarería con el cante flamenco.

Es un reconocimiento a los alfareros y ceramistas y, como no podía ser menos, al cante que tan hondo a calado en nuestra tierra, la Soleá de Triana. A pesar de haber sido un palo nacido en Cádiz, ha sido cultivado con gran maestría en esta orilla de Sevilla, perdurando así a lo largo de los años. Se puede decir que entre los muchos palos del flamenco, es considerada la soleá como uno de los pilares fundamentales de este arte.

Y es que Triana acuna en su alma fantásticas maneras de interpretar diversos palos del flamenco, como los tangos, seguirillas y la eterna soleá grande de Triana en sus diferentes variantes. Ya sea la soleá apolá o la del zurraque todas son el resultado de aunar melodía y profundidad.

En el origen del nombre hay opiniones enfrentadas. Algunos piensan que proviene de la deformación idiomática de soledad -soleá-, atribuyéndose a este sentimiento poético, el canto de soledad, el origen del nombre de este palo del flamenco. Otros, en cambio, creen que procede de la palabra sol, solar o solera o de la terminación del latín ‘solor’ que significa aliviar el trabajo con el canto.

SOLEA+DE+TRIANALo que si es cierto es que esta Soleá de Triana es el cante de los alfareros, que lo cantaban en los tejares del arrabal trianero y estaba cultivada por cantaores aficionados que habitaban en la zona del Zurraque, antigua zona del Patrocinio. Allí, hogar de muchos payos artesanos, se ha forjado una forma muy peculiar de hacer determinados cantes, diferenciándose progresivamente de los cantes gitanos. Con el tiempo, se ha transmitido gracias a las reuniones y peñas que en Triana se asentaban y que servían de lugar de encuentro entre distintos artistas no profesionales como el Arenero o el Zapatero, que han inmortalizado con su arte la soleá de Triana.

Una figura clave es la cantaora María la Andonda, que nacida en Morón de la Frontera acabó trasladándose al barrio de Triana. Fue la primera que se quejó por soleá, pero a ella le han seguido grandes figuras del flamenco como Joaquín el de La Paula o Merced de La Serneta. Y más adelante enriquecida por la Niña de los Peines, Tomás Pavón, Manuel Oliver o Antonio Mairena entre muchos otros.

Es la soleá un palo trágico, que habla de la vida, la muerte, el amor, el desamor…y aunque cante a temas menos dolorosos la carga de sentimiento y pasión en las letras es inconfundible. Es un equilibrio perfecto del cante flamenco, albergando en su estructura musical gran parte de los elementos rectores de la estética musical flamenca. Y poco a poco con el tiempo fue pasando de ser un cante para acompañar al baile a un cante que requiere de la atención de los cincos sentidos.

Es inevitable que se escape un ‘olé’ cuando se produce un silencio en la interpretación de este género. Un cante que se ha forjado en este barrio y que a lo largo de los años se ha ido enriqueciendo, un cante trianero por excelencia y que debemos apreciar por lo que es, una herencia inigualable del arte de Triana. Por eso, en cada rincón de este barrio se recuerda que se sigue íntimamente arraigado con la tradición y la escuela viva del arte flamenco.

 

Soléa de Triana La Andonda

Mala puñalá le den
a tó er que diere motivo,
que me duelen las entrañas
de jaserlo bien contigo.

S.S.

 

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