Triana se volcó con la Divina Pastora de Santa Ana en su salida procesional en la noche de este sábado. Fragancias, flores, sevillanas, marchas, vivas y cohetes en una noche de devoción con el frescor de la ribera del Guadalquivir.
Cuando dieron las siete y media de la tarde, en la Plazuela de Santa Ana todo estaba ya orquestado para que aquella noche fuera inolvidable. Asomaba el paso de plata por la ojiva gótica de la catedral de Triana y comenzaba el festín de sonidos y olores: nardos recién cortados en las esquinas del paso, cientos de rosas a los pies de la Pastora y pólvora en el cielo con los primeros cohetes de la tarde.
Triana no quiso desaprovechar la ocasión y acompañó al cortejo a la calle Betis para no perderse la estampa de la Pastora trianera recortada en las siluetas de la Torre del Oro, la Giralda y las atalayas de la Plaza de España. En cada esquina, derroche, en cada calle, el gentío arropándola. Al llegar a San Jacinto, desde las terrazas la gente veía el deambular de la Pastora mientras intentaba calmar la sed en una noche excesivamente calurosa que la bulla hizo a veces que Triana acabara sudando en la espera del paso de la virgen de gloria.
El primer momento emotivo llegó al poco tiempo. Alfarería recibía a la Pastora con su suelo alfombrado de canela que perfumaba la calle y el cielo cubierto de guirnaldas de flores blancas de papel. Allí, nada más pasar el primer arco realizado por la hermandad, caían los primeros pétalos. Ante el número 14, sevillanas desde el balcón en una tregua de la Oliva de Salteras, más cohetes en el cielo y de nuevo pétalos antes de enfilar Antillano Campos.
La siguiente parada era la capilla de la Estrella. La gloria de Santa Ana tenía cita de rigor con la reina de San Jacinto, y allí estaba esperándola la representación de la hermandad. De nuevo, más pétalos desde la espadaña de la capilla mientras la Pastora se adentraba hasta el interior del templo.
Tras aquello, el reencuentro emotivo con su hermandad llegaba en Rodrigo de Triana. Ante la casa hermandad esperaba un templete de flores blancas de papel y una galería de guirnaldas, como una catedral efímera al amparo de la estrechez de las calles. Se sucedían los vivas, y de nuevo tremenda lluvia de pétalos desde los balcones para una estampa inigualable revestida de aplausos que casi no dejaban oír a la banda. Luego tocó visita a la Esperanza de Triana, y regreso por Pureza para alcanzar Santa Ana de nuevo entre salvas en una noche de magia y devoción en la que Triana renovó su emoción con la Pastora.
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Miguel Pérez Martín