Siete días hace que entramos en la fase 1 y lo cierto es que este pasito hacia la normalidad se ha dejado notar en nuestro barrio.
Tiendas abiertas, bares que han luchado contra el miedo y la lluvia de esta semana, más gente en la calle y un cierto regusto a libertad después de dos meses confinados que teníamos que probar en nuestras propias carnes. Porque el cambio de fase ha llegado y no hay mejor modo de contarlo que en primera persona.
Por eso, hoy nos hemos animado. Bueno, nos animamos el miércoles, porque una de las cosas a las que hay que adaptarse ahora es a reservar, que todavía son pocos los lugares abiertos y muchos los vecinos que queremos un hueco. Levantamos el teléfono y reservamos mesa para seis en uno de los sitios que más nos gusta y que por localización nos podía ayudar a hacernos una imagen de la situación: el Alboreá, el plena calle San Jacinto.
A las 13:30, y hay que ser puntual. La restricción de movimientos está vigente y en la calle se puede estar, pero para lo justito. Y así lo hicimos. A las 13:20 ya nos dejamos ver por allí, preguntando por la reserva, invitándonos el encargado amablemente a esperar a que la dejaran libre los grupos que la ocupaban en ese momento. 13:30 en punto, se levantan y primer detalle que nos encanta y nos deja claro cómo estamos: limpieza total con desinfectante de mesas y sillas antes de que nos sentemos.
Por supuesto, camareros con mascarilla y mesas con distancia de seguridad más que suficiente. Nada de aglomeración. Limpia y desinfectada la mesa, tras preguntarnos si todo estaba bien para nosotros, empieza a correr la cerveza y la comida. No es esto una crítica gastronómica, pero sin querer dar demasiada envidia podemos decir que el lagartito, las croquetas, el jamón, el queso viejo, la ensaladilla… Todo, absolutamente todo, de 10. Más aún después de dos meses sin saborearlo.
Pero como digo, no es esto una crítica gastronómica, sino de realidad. Y en este primer paso que hemos dado hacia la nueva normalidad hemos visto detalles que nos tranquilizan y animan: código QR en la mesa para acceder a la carta, y para los menos tecnológicos, cartas de usar y tirar. «Te la doy y te la llevas de recuerdo», nos dice alegremente el camarero. Sabemos que es pronto, queda mucha lucha, pero permitan que en este ratito respiremos alegría y riamos como si nada pasara.
Pequeños detalles de normalidad dentro de la anormalidad del momento. Como las porciones individuales y cerradas de pan y picos, la distancia que mantiene el camarero o la obligación de solo poder ir de uno en uno al baño, único momento en el que puedes entrar dentro del local. Amén de las numerosas patrullas de Policía Local y Nacional que han pasado mientras hemos estado allí sentados. Todo correcto. Se agradece el control y la vigilancia porque, aunque algunos se olviden, esto no ha acabado.
Dos horas mal contadas de disfrute y, para cerrar, la cuenta, pagada con tarjeta para evitar cambios de manos, y una fría despedida. «Espero que haya estado todo bien, familia», nos despide desde lejos y con precaución el camarero mientras nos ponemos las mascarillas. «Más que bien, perfecto», contestamos, con la pena de saber que se acaba ese momento pero la alegría de ver que todos nos adaptamos para seguir viviendo.