
Dice la historia, y así queda reflejado en los libros, que Pietro Torrigiano, magnífico escultor italiano creador del ‘San Jerónimo penitente’ y famoso por romper la nariz a Miguel Ángel, murió encarcelado en el trianero Castillo de San Jorge tras ser juzgado por la Inquisición.
Corría entonces el año 1528 y todos dieron por bueno el anuncio de la muerte del artista… ¿Todos? Según reza una leyenda, además de pasar a la historia por su carácter violento y su arte, Torrigiano consiguió eludir la muerte.
Para entender la historia, primero hay que contar el motivo del encarcelamiento del artista. Todo empezó con el capricho de un duque, el de Arcos, de contar para su colección particular con una réplica de la Virgen con el Niño, que el propio Torrigiano había realizado para los frailes jerónimos de Buenavista. Agradecido por la oportunidad, el escultor realizó con premura la tarea, llegando al día en el que la mostró ante el duque, momento en el que surgió el problema.
No fue por la calidad de la obra, fuera de toda duda, ni por la tardía entrega, fue la cuantía económica lo que llevó a una discusión entre el duque de Arcos y Torrigiano, que acabó con el artista, encolerizado, destruyendo su obra al entender que no estaba siendo justamente retribuido.
El duque, herido en su orgullo, no dudó en denunciar ‘tal acto de sacrilegio injustificado’ (se dibujó como un acto de satanismo y se escondió el motivo de la reacción del escultor) ante el Santo Oficio, que apenas tardó un par de días en encarcelar a Torrigiano en las celdas del Castillo de San Jorge.
Encarcelado, torturado y sin esperanza, Torrigiano se negó a comer un sólo bocado de la ración que le ofrecían sus carceleros, hasta que llegado a un punto en el que la muerte por inanición parecía su destino más probable un inquisidor se la acercó para confesarlo, pidiéndole Torrigiano como último deseo que esa tarea corriera a cargo del Padre Prior de los Jerónimos de Buenavista, al que le unía una vieja y sincera amistad.

Este, recordando el tiempo en el que el artista trabajó a sus órdenes, acudió con premura y, al entrar en la celda y ver el lamentable estado de Torrigiano, pidió que le dejaran a solas con su amigo. Media hora pasó, hasta que un consternado fraile, con paso tambaleante, abandonó el Castillo de San Jorge con su cara tapada para evitar las visibles muestras de dolor por el inminente destino de Torrigiano.
Nada sorprendió hasta que, a la mañana siguiente, unos gritos diferentes del resto alarmaron a los carceleros, que, comprobando que provenían de la celda de Torrigiano, acudieron sin esperar.
Sorpresa la suya cuando el supuesto Torrigiano se plantó ante ellos para, con voz solemne, desvelar que no era otro sino el Prior de Buenavista. Tremendo fue el revuelo y la vergüenza entre los inquisidores, que sintiéndose engañados por un infiel decidieron ocultar la realidad decretando ese mismo día la muerte oficial de Torrigiano para no manchar el limpio expediente del Tribunal de la Santa Inquisición, seguro e implacable.

Por bueno se dio el anuncio hasta que, meses después, el rumor de la fuga de Torrigiano tomó forma en Triana, el escultor se encontraba en las Indias, buscando fortuna fugitivo de la justicia. Así lo contó un capitán de navío que, como prueba, mostró un doblón de oro que siempre acompañaba al, en teoría fallecido, escultor a modo de amuleto y que le había sido entregado por el propio Torrigiano como pago de un servicio.
«Me la dio Torrigiano, es mentira lo de su muerte; está más vivo que todos nosotros», bramó el capitán, echando por tierra la ley del silencio impuesta por los inquisidores y convirtiendo a Torrigiano en un genio que, desde el corazón de Triana, engañó a la Santa Inquisición… O así al menos reza la leyenda.
Fuente: ‘Leyendas y tradiciones de Triana’, de Manuel Lauriño