Doscientos años de fe rociera, doscientos años de peregrinación a la aldea, doscientos años de la fundación de la Hermandad del Rocío de Triana. Por ello, por lo que ha sido y por lo que es, la Hermandad recibe hoy el merecido reconocimiento de la Medalla de la Ciudad de Sevilla. Su presente lo sabemos, pero en estas líneas echaremos la vista atrás, realizando nuestro pequeño homenaje y recordando los orígenes de esta sexta filial de la matriz de Almonte.
Desde el s. XV, momento en el que se hallara a la Virgen del Rocío entre la maleza de La Rocina, su devoción rápidamente se extendió por tierras andaluzas, despertando gran fervor en el Aljarafe sevillano, aunque la fundación de hermandades no llegaría hasta varios siglos después.
La conexión comercial que tenían los pueblos de la periferia con la capital hispalense llevó a muchos aljarafeños a asentarse en Triana, barrio obrero y populoso, llevando consigo la devoción por la Virgen del Rocío. Como era de esperar, esta fe caló hondo en Triana durante los siglos siguientes, llegando a traspasar el río y arraigándose en nuestras tradiciones.
No fue hasta el 6 de junio de 1813 cuando se funda la Hermandad del Rocío de Triana, a manos de los vecinos de la calle Castilla don Francisco Antonio Hernández y su mujer doña María del Carmen Tamayo. A los que se unieron los doce primeros hermanos, don Juan de Adorna, don Benito Adorna, don Francisco Justo Pérez, don Juan Lúquez, don José Llorente, don José Sauceda, don José Gómez Mayor, don José Gómez Menor, don Juan Durán, don Pablo Fosao Vega, don José de Sirva y don Lorenzo Domínguez.
El 9 de enero de 1814 se llevó a cabo el primer Cabildo de Elecciones, donde Francisco Antonio Hernández, primero de todos los hermanos y director de la Hermandad hasta entonces, fue elegido Hermano Mayor. Tras esta fecha, gracias a las limosnas y donativos de los hermanos, comenzaron las gestiones para la confección del Simpecado que bordó María Narcisa de Cuenca.
Esa misma primavera, el 27 de mayo de 1814 se realizó, por primera vez en su historia, la peregrinación hacia el Rocío. Una romería muy diferente a la de nuestros días, que contaba con 34 carretas y apenas 28 caballos acompañando al Simpecado. Una estampa inédita a la que estamos acostumbrados, donde más de docenas de caballistas y miles de peregrinos cada mes de mayo van a ver a la Virgen del Rocío.
Tal y como viene recogido en el convenio con los dominicos, el 1 de mayo de 1817 la Hermandad quedó erigida canónicamente en la Iglesia conventual de San Jacinto. Meses antes quedó terminado el altar donde se instalaría el Simpecado en dicho convento, pagado por el mayordomo don José Gómez mayor y con un coste de 2.151 reales. Actualmente su sede de culto se encuentra en su capilla, sita en la calle Evangelista.
La hermandad estrenó nuevo Simpecado en 1855, sustituyendo al primitivo de su fundación. Era bordado en oro sobre terciopelo verde y en la parte central se emplazaba un lienzo de la Virgen del Rocío. Hasta 1936 no se confecciona el actual, magnífica obra de los talleres de Esperanza Elena Caro y veneración de muchos rocieros. Sobre un fondo verde y bordados en oro, la talla representa a la Virgen el niño en brazos sobre una peana de oro, bajo la cual quedan bordados los escudos de España y de los duques de Montpensier. En la parte superior encontramos la Corona Real y una paloma Blanca, y adornando el resto encontramos multitud de joyas de pedrería finísima donadas por los hermanos y devotos. A pesar de haber sido víctima de un malparado robo en 1978, sigue siendo la insignia más rica que existe de su clase.
En sus inicios, la Hermandad del Rocío de Triana llevaba al Simpecado durante la peregrinación bajo una carreta de las llamadas de ‘cajón’. En la romería de 1868 se estrenó la nueva y actual carreta de plata, obra de González Armeta y que ha marcado un antes y un después en el arte de la orfebrería contemporánea, siendo modelo y estilo a imitar de muchas otras hermandades.
Con los años, se ha distinguido por el gran trabajo de caridad que realiza, por la solemnidad de sus cultos y su romería y por una manera muy especial de adorar a la Virgen del Rocío. Muchas grandes personalides y familias han pertenecido a esta Hermandad, entre la que destacan los miembros de la Casa de Borbón, quienes le dieron de sus emblemas la flor de lis y el escudo real.
Su antigüedad, la devoción que despierta y la alegría que la caracteriza al andar por las arenas ha llevado al Rocío de Triana a ser referente de hermandad y caridad humana, una tradición que se ha entroncado de tal manera con el barrio, su gente y tantos fieles que, durante los doscientos años de historia, esta fe ha permanecido intacta, por ello al hablar de Rocío es ineludible hablar de Triana.
S.S.