Ulloa Urrea: La elevación de lo humilde

Muchas veces tiene más mérito sorprender con ingredientes sencillos y de siempre. En Ulloa Urrea, entre las calles Constancia y Salado, se apuntan al reto. Y les sale bien.

Decidimos empezar por dos clásicos de los platos para compartir. Por un lado, un guacamole que en este local que tiene tintes del otro lado del Atlántico no puede faltar. Y por otro unas patatas bravas, que no suelen faltar en muchos bares de esta orilla del océano. El guacamole está muy rico. Y mira que puede parecer una cosa que no tiene nada, que eso lo hago yo en mi casa, que eso es de bote… ya nos conocemos, vamos a un bar, y todos gastrónomos. Pero el de aquí está hecho con mimo, fresco y con un toque ácido, cremoso y con un buen aguacate, que es lo fundamental. Lo acompañan de unos nachos bien crujientes hechos en el bar para completar un buen entrante.

Pasamos a las patatas bravas. Que son bravas no lo duda nadie, y que son de casa, tampoco. Usan patatas pequeñas a las que les dejan la piel que queda crujiente, y luego derraman una intensa salsa color caldera por encima. ¿Pica? Claro que pica. Es que son bravas. Y se agradece que el condimento no sea esa especie de salsa rosa picante que ponen en algunos sitios. Eso sí, hay posibilidad de pedirlas más suavitas o con salsa nivel lava de volcán. Para refrescar el gaznate, tienen variedad de vinos, pero también de cervezas.

Para continuar, pasamos a las quesadillas y nos damos cuenta que nos han engañado en muchos sitios. Recuerdo aquellas quesadillas de fast-food de jamón york y queso que eran más un sándwich mixto venido a menos con las tortas de las fajitas. Pues estas son todo lo contrario. Una carne picada bien guisada que pasa por un proceso de maceración y que rellena por completo la quesadilla, que está bien crujiente por fuera. No tenemos foto porque lo cierto es que por fuera no es tan estético como el resto de platos, pero no por eso no merece la pena probarlas.

La camarera se sorprende cuando vamos a pedir la segunda ronda y se da cuenta de que no hemos pedido las alitas. «No os podéis ir de aquí sin pedir las alitas», nos cuenta, y nos dejamos llevar. Y llegan las alitas, que qué tendrán esos trozos de pollos de carne escasa que tanto nos gustan… Quizá sea en parte el rito de comer con las manos y arrancar la carne con los dientes. El caso es que las alitas de pollo de Ulloa Urrea tienen un aliño que queda en la memoria. Crujientes, morenas, brillantes y con esa explosión de sabores que pasan por el ácido, el dulce, el salado y el picante… y aún así no sabes muy bien qué llevará. En la cocina está el secreto.

Y para terminar, queremos cerrar con una carne. Pedimos el solomillo con achiote. ¿Y qué es el achiote? Pues es un pigmento natural rojizo, con un poco de pimiento ahumado, entre dulce y un poco picante… Efectivamente, lo que viene a tu cabeza es pimentón. El solomillo está bien hecho y esa salsa de color vivo roja equilibra bien con la carne. Una vez terminada la cena, César se acerca a despedirnos y a preguntar qué tal todo. Este chileno que lleva 20 años en España es la mente pensante detrás de este restaurante singular en el que está Chile pero también España -hay arroz negro, bacalao gratinado o guisos de la tierra-. Un buen sitio donde tomar algo creativo en un ambiente distendido, con gran sabor y buena relación calidad-precio. ¡Volveremos a por más alitas!

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