No es un día más del año, meses antes está señalado con una cruz en el calendario. Y desde el prisma del mayor de los tesoros que puede poseer una hermandad, sus devotos y hermanos, es su día grande, es el Lunes Santo. Se puede ver una Estación de Penitencia como un simple espectador, pero hoy se hará como alguien que lo vive desde dentro, y más que dentro, alguien que carga sobre sus hombros el peso del Soberano de la Hermandad trianera de San Gonzalo.
Nacho Barrero Mira, sevillano de ‘pro’ y trianero de corazón, hermano de varias hermandades donde desempeña diferentes ocupaciones, desde acólito a costalero, vive la Semana Santa los 365 días del año. Pero, es el Lunes Santo el día más especial, rodeado de padre, hermanos y amigos vive la experiencia de llevar un pedacito de Triana a Sevilla. Hoy, tras los nervios del día de ayer, cansado pero feliz, viene a contarnos sus vivencias de costalero.
«Y llegó el día. Y tal como vino se fue, pero cómo vino y cómo se fue…
Lunes Santo, 09.30 de la mañana, misa de hermandad en la Parroquia de San Gonzalo y sólo se hablaba de una cosa, el dichoso tiempo. Los nervios a flor de piel, las caras de circunstancia de los miembros de la Junta, aquellos que tendrían la última palabra para decidir si pondríamos la cruz de guía en la calle o no.
Pasan las horas y llega información de que la Hdad. del Polígono sale sin problemas y que Santa Genoveva haría lo mismo a las 12.30. Nuestra salida tendría que esperar y aunque había bastantes esperanzas viendo las decisiones de otras hermandades, la Junta de Gobierno no lo tenía tan claro con los partes meteorológicos que les daban. En la retina de todos estaba el Lunes Santo del pasado año, donde a la altura del Altozano empezó a llover y tuvimos que refugiarnos en la Magdalena. Los costaleros, yo entre ellos, sufrimos muchísimo viendo cómo la lluvia calaba los pasos y aunque este año confiábamos en salir, nos llega la noticia de que se pide una hora para retrasar la salida. La incertidumbre se apodera de todos nosotros, empiezan los nervios y la tensión, cada cual a su manera, la mía rezando a los titulares, otros en silencio o mirando móviles para ver que decían las redes sociales.
Llega la hora maldita, las 16:00 horas y la Junta no salía de su reunión. Las 16.15 y nada, muchos nazarenos estaban inquietos y cansados. La única opción que teníamos era esperar. En ese momento se me acerca un pequeño nazareno de unos 8 años de edad, me pregunta si vamos a salir y mirándole a la cara veo que le caen unas gotas de sangre por la nariz. Sin darle mucha importancia para no preocuparle, pero rápidamente junto con un acólito le ayudamos para que no le llegara la sangre a la túnica blanca y limpia. El calor, la tensión y la espera de más de una hora a pie quieto, le estaba pasando factura. Me miraba para que le consolara y yo sólo le susurraba que se mantuviera tranquilo, que seguro que íbamos a salir. La sangre no llegó «al río» y volvió a su sitio sin llegar a mancharse.
Volviendo al patio alrededor de las 16:40 empiezan a salir los miembros de la Junta. El prioste, gran amigo y costalero, sale con lágrimas en los ojos, los pelos se nos ponen de punta, parecía mala noticia. Ningún miembro hablaba, hasta que el costalero descubre su llanto de alegría y el hermano mayor comunica la salida de la cofradía. Ahora los que llorábamos éramos nosotros y ahora era cuando entendíamos al prioste, porque el cielo daba una tregua y el Soberano salía a la calle con su madre la Virgen de la Salud.
Momentos inolvidables vividos con los hermanos del costal, aquel que llevas a tu lado y con el que compartes penas y alegrías, al que confías tus fuerzas y tus ganas, aquel que se convierte en un auténtico amigo para siempre. Suena el llamador en la Iglesia de San Gonzalo, nuestro maestro y guía Garduño comienza a hablar. La primera levantá siempre por «Juanito» (Juan Vizcaya). Esto ya esta aquí, nos íbamos para Sevilla a trianear, con el izquierdo por delante para llegar a la Catedral.
Cada levantá queríamos dedicársela a personas queridas, aquellos que están en nuestro recuerdo, lo están pasando mal o simplemente nos dan las fuerzas día a día, nuestras madres e hijas, nuestros padres, abuelos y amigos. «Que el Soberano se acerque tanto a los de arriba, para que les llegue un beso nuestro desde abajo» son algunas de las palabras de Garduño. La motivación era extra, las voces del Soberano, quebradas y rajadas de gritar con emoción y sentimiento no cesaban para llevarnos de vuelta a Triana a compás.
Pero el tiempo se esfuma cuando estás disfrutando de lo que más quieres, de tu hermandad y de tu gente, y cuando menos te lo esperas ya son las 03.00 de la mañana. Y allí, llegando al Barrio León, nuestra princesa Miriam nos esperaba. Una niña de unos 16 años enferma, que en brazos de su madre, año tras año, aguarda nuestra llegada. Este año volvía a estar allí vestida con el regalo que le habíamos hecho, un alba de monaguillo. Aplaudiendo sin cesar y sonriéndonos a cada uno de los costaleros que le dábamos un gran beso. Nos miraba como si fuéramos sus Ángeles de la guarda y, sin embargo, es ella nuestro ángel. Nos decía que ya se acababa, que la espera había terminado otro año más y es que parece que fue ayer cuando todavía estaba en la misa de hermandad a las 09.30 de la mañana.»
Nacho Barrero Mira/ Sonia Saco