Ante tanto detalle en la Capilla de los Marineros, la lámpara que ilumina a la Esperanza de Triana pasa desapercibida. Pero tiene su historia.
Si entramos en la Capilla de los Marineros, los ojos se nos van hasta la Esperanza de Triana. A pesar de los cientos de detalles de su retablo, la Esperanza es el centro de todas las miradas. Pero si miramos hacia el cielo de la capilla, nos encontraremos con una lámpara grandiosa de cristal que pende del techo. Elegante y suntuosa como si fuera de un palacio, tuvo una vida anterior en la otra orilla.
Para encontrar el pasado de esa lámpara hay que viajar hasta lo que hoy es un Stradivarius, en un edificio hermoso de ladrillo que está en la esquina de la calle Tetuán con la calle Rioja, obra de Aníbal González. En esa esquina existía uno de los cafés más espectaculares de la ciudad, el Gran Britz. Con su fachada de hermosos cristales y su interior de maderas nobles y espejos, entrar en el Gran Britz era como estar en París. El autor del café fue el arquitecto Joaquín Díaz Langa, que lo terminó en 1945, configurando posiblemente el establecimiento más elegante de la ciudad.
Era el lugar de encuentro de los artistas tras actuar en el cercano Teatro San Fernando, pero también el lugar en el que se cerraban negocios por importantes empresarios. En él se encontraban los jóvenes adinerados de la ciudad, los toreros y aficionados taurinos que organizaban allí sus tertulias, y los profesionales liberales e intelectuales que tenían allí su punto de encuentro para, como hacemos hoy en las barras de los bares, arreglar el mundo.
Pues fue allí, donde arrancaba la gran escalinata que, desde el vestíbulo, nos conducía a la segunda planta, donde se instaló una lámpara de cristal espectacular que deslumbraba a todos los que entraban en el café. Tras el cierre de este establecimiento en los años 60, aquella lámpara fue adquirida por la Hermandad de la Esperanza de Triana. Es la que hoy pende del techo de la Capilla de los Marineros, dando luz a la Esperanza.
Como curiosidad, días después de su inauguración, un toro que estaba siendo transportado escapó del entorno de la Estación de Córdoba y recorrió aterrorizando a los sevillanos Reyes Católicos y Rioja. Al llegar ante las cristaleras del Gran Britz, se vio reflejado y, creyendo que estaba ante otro toro, comenzó a embestir las cristaleras del gran café haciendo numerosos destrozos. Algunos dicen que llegó a entrar y destrozar los espejos interiores y buena parte del mobiliario hasta ser abatido por la Policía Armada en la calle Sierpes.